viernes, 13 de julio de 2018

Premiar la bravura



Es bien sabido que el mundo taurino es un mundo muy polémico, sin embargo, las polémicas no solo surgen alrededor del mundo del toro, sino que también se generan con frecuencia dentro de este: cómo se define con exactitud cargar la suerte, sé debe adelantar la pierna de salida, mantenerla en su sitio o retrasarla, qué es el temple, cuántas varas debería de haber tomado este toro o sí tal o cual torero merecía esta oreja en tal o cual festejo, son solo algunos de los temas que protagonizan debates apasionados en las tertulias y reuniones de aficionados y profesionales taurinos. De hecho, la pasada feria de San Isidro ha levantado -como es habitual- algunas polémicas entre la gente del toro.

Algunos de los toros lidiados durante el ciclo madrileño han recibido de forma controvertida el premio de la vuelta al ruedo mientras que los matadores que los han estoqueado se han marchado de vacío. Lo cual ha producido una sensación de indignación entre muchos profesionales y algunos grupos de aficionados. Pero esto levanta la cuestión de sí se debe o no premiar a aquellos animales que se arrastran con las dos orejas puestas. Pues yo creo que si se debe, claro que sí.

Aun teniendo en cuenta lo polémico que puede ser el mundo taurino, si hay una cosa que pone a todos de acuerdo: el toro bravo es el eje de la Tauromaquia. Cuando el toro de lidia es bravo, realmente bravo, todo el público se emociona y disfruta del espectáculo que está viendo y el toreo, en todas sus expresiones, se puede realizar en su forma más pura y maravillosa. Todas las modalidades del arte del toreo están basadas -en su forma más pura-  en que hay delante un toro bravo. Por lo tanto, si seguimos esta lógica, la bravura se debe de reconocer cuando lo vemos en el ruedo.

Los aficionados, teniendo siempre en cuenta las características individuales del origen genealógico de cada animal, han de saber identificar estos animales que manifiestan un carácter verdaderamente bravo. Claro, esta bravura puede ir acompañado con otras características según el encaste, ganadería o características individuales de la res. A veces puede estar acompañado con nobleza, clase y suavidad que permiten al torero lucirse artísticamente con el animal, o puede estar acompañado con más   casta, fiereza o genio que exigen al torero administrar una lidia basada en la precisión técnica y conocimientos sobre el toro y las suertes, dejando a un lado la belleza plástica.  Pero la bravura siempre tiene que ser identificada y reconocida.

Si esto no se hace, los pilares fundamentales de la Tauromaquia se caen; el ganadero no recibirá ningún tipo de reconocimiento por su buen labor y, de tal forma, no se difundirá la bravura en su máxima plenitud, y -quizás lo peor-, el gran respeto y la admiración por el toro bravo, que siempre hemos revindicado los taurinos, parecerá una mentira, sobre todo para aquellas personas que viven ajenas a la cultura taurina. Por lo tanto, los taurinos han de saber evaluar la bravura del toro casi de forma independiente a la actuación del toreo que esta delante, aunque bien es verdad que el trato que recibe el toro en la plaza puede ser decisivo para que el animal demuestra lo que realmente tenga dentro.

Pero no creo yo que esto es un problema de saber o no evaluar la bravura, sino que algunos sienten indignación por el hecho de que, además de no premiar el torero que ha arriesgado su vida con entrega absoluta, parece despreciar aún más su actuación cuando el presidente concede dicho premio al toro. Pero no creo que la solución de este problema está en quitar el premio al toro -aunque si reconozco que el palco de Madrid parece tener un criterio muy peculiar a la hora de conceder las vueltas al ruedo para los toros- sino que tenemos que revisar los premios que concedemos durante las corridas y nuestra actitud hacia estos.

Está muy claro que, siendo la plaza más seria del mundo, el criterio y la exigencia de la Plaza de Toros de Las Ventas nunca permitirá a un torero cortar la oreja a un toro si no remata bien su obra con el esoque. Pero tampoco es necesario hacerlo. En otras épocas una vuelta al ruedo en la plaza de Madrid bastaba para hacer eco en los medios de comunicación y generar expectación entre los aficionados, no obstante, en el mundo tan materialista en que vivimos este premio ya no vale para tanto, y si el torero no pasea una oreja por la plaza, su actuación tiene poca repercusión. Porr lo importante que pueda haber sido es necesario que el presidente saca este pañuelo blanco y conceda un apéndice de la res.

Por lo tanto, parece ser necesario hacer posible que el presidente pueda conceder la vuelta al ruedo de manera oficial para que aquellos toreros que no han podido cortar un premio, a pesar de realizar una lidia o faena destacada, no se quedan sir ver reconocido su esfuerzo. Quizás hace falta un nuevo pañuelo para que, además de las orejas, volvamos a poner en valor las vueltas al ruedo como un premio legítimo que reconoce una actuación meritoria. ¿Qué parece una tontería? A lo mejor sí, pero la única tontería que veo yo es decir que no debemos de reconocer la bravura de un toro simplemente porque el diestro que lo haya toreado pinchó en hueso a la hora de entrar a matar o porque no fue capaz de sacar todo lo que tenía el animal. Esta es la verdadera tontería.


Lo que tenemos aquí es un mal entendimiento entre diferentes personas del estamento taurino. No creo que ningún presidente ha querido despreciar la actuación de ningún torero al conceder la vuelta al ruedo a la res y dejar el matador sin premio ninguno. Lo que pasa es que no ha podido premiar al torero -por el hecho de que no ha matado bien- y ha visto la necesidad (una necesidad incuestionable) de poner en valor la bravura del toro que ha demostrado su casta, fiereza, entrega, duración y poder a lo largo de la lidia. Si el torero sale de la plaza sin oreja, ¡pues así es la vida! Pero no tiene sentido castigar al toro Y EL GANADERO por culpa de circunstancias que están fuera de los manos del toro, del torero y del hombre que lo ha criado.

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