Es bien sabido que el mundo taurino es
un mundo muy polémico, sin embargo, las polémicas no solo surgen alrededor del
mundo del toro, sino que también se generan con frecuencia dentro de este: cómo
se define con exactitud cargar la suerte, sé debe adelantar la pierna de
salida, mantenerla en su sitio o retrasarla, qué es el temple, cuántas varas
debería de haber tomado este toro o sí tal o cual torero merecía esta oreja en
tal o cual festejo, son solo algunos de los temas que protagonizan debates
apasionados en las tertulias y reuniones de aficionados y profesionales
taurinos. De hecho, la pasada feria de San Isidro ha levantado -como es
habitual- algunas polémicas entre la gente del toro.
Algunos de los toros lidiados durante
el ciclo madrileño han recibido de forma controvertida el premio de la vuelta
al ruedo mientras que los matadores que los han estoqueado se han marchado de
vacío. Lo cual ha producido una sensación de indignación entre muchos
profesionales y algunos grupos de aficionados. Pero esto levanta la cuestión de
sí se debe o no premiar a aquellos animales que se arrastran con las dos orejas
puestas. Pues yo creo que si se debe, claro que sí.
Aun teniendo en cuenta lo polémico que
puede ser el mundo taurino, si hay una cosa que pone a todos de acuerdo: el
toro bravo es el eje de la Tauromaquia. Cuando el toro de lidia es bravo,
realmente bravo, todo el público se emociona y disfruta del espectáculo que
está viendo y el toreo, en todas sus expresiones, se puede realizar en su forma
más pura y maravillosa. Todas las modalidades del arte del toreo están basadas
-en su forma más pura- en que hay delante un toro bravo. Por lo tanto, si
seguimos esta lógica, la bravura se debe de reconocer cuando lo vemos en el
ruedo.
Los aficionados, teniendo siempre en
cuenta las características individuales del origen genealógico de cada animal,
han de saber identificar estos animales que manifiestan un carácter
verdaderamente bravo. Claro, esta bravura puede ir acompañado con otras
características según el encaste, ganadería o características individuales de
la res. A veces puede estar acompañado con nobleza, clase y suavidad que
permiten al torero lucirse artísticamente con el animal, o puede estar
acompañado con más casta, fiereza o genio que exigen al torero
administrar una lidia basada en la precisión técnica y conocimientos sobre el
toro y las suertes, dejando a un lado la belleza plástica. Pero la
bravura siempre tiene que ser identificada y reconocida.
Si esto no se hace, los pilares
fundamentales de la Tauromaquia se caen; el ganadero no recibirá ningún tipo de
reconocimiento por su buen labor y, de tal forma, no se difundirá la bravura en
su máxima plenitud, y -quizás lo peor-, el gran respeto y la admiración por el
toro bravo, que siempre hemos revindicado los taurinos, parecerá una mentira,
sobre todo para aquellas personas que viven ajenas a la cultura taurina. Por lo
tanto, los taurinos han de saber evaluar la bravura del toro casi de forma
independiente a la actuación del toreo que esta delante, aunque bien es verdad
que el trato que recibe el toro en la plaza puede ser decisivo para que el
animal demuestra lo que realmente tenga dentro.
Pero no creo yo que esto es un
problema de saber o no evaluar la bravura, sino que algunos sienten indignación
por el hecho de que, además de no premiar el torero que ha arriesgado su vida
con entrega absoluta, parece despreciar aún más su actuación cuando el
presidente concede dicho premio al toro. Pero no creo que la solución de este
problema está en quitar el premio al toro -aunque si reconozco que el palco de
Madrid parece tener un criterio muy peculiar a la hora de conceder las vueltas
al ruedo para los toros- sino que tenemos que revisar los premios que
concedemos durante las corridas y nuestra actitud hacia estos.
Está muy claro que, siendo la plaza más
seria del mundo, el criterio y la exigencia de la Plaza de Toros de Las Ventas
nunca permitirá a un torero cortar la oreja a un toro si no remata bien su obra
con el esoque. Pero tampoco es necesario hacerlo. En otras épocas una vuelta al
ruedo en la plaza de Madrid bastaba para hacer eco en los medios de
comunicación y generar expectación entre los aficionados, no obstante, en el mundo
tan materialista en que vivimos este premio ya no vale para tanto, y si el
torero no pasea una oreja por la plaza, su actuación tiene poca repercusión. Porr
lo importante que pueda haber sido es necesario que el presidente saca este
pañuelo blanco y conceda un apéndice de la res.
Por lo tanto, parece ser necesario
hacer posible que el presidente pueda conceder la vuelta al ruedo de manera
oficial para que aquellos toreros que no han podido cortar un premio, a pesar
de realizar una lidia o faena destacada, no se quedan sir ver reconocido su
esfuerzo. Quizás hace falta un nuevo pañuelo para que, además de las orejas,
volvamos a poner en valor las vueltas al ruedo como un premio legítimo que
reconoce una actuación meritoria. ¿Qué parece una tontería? A lo mejor sí, pero
la única tontería que veo yo es decir que no debemos de reconocer la bravura de
un toro simplemente porque el diestro que lo haya toreado pinchó en hueso a la
hora de entrar a matar o porque no fue capaz de sacar todo lo que tenía el
animal. Esta es la verdadera tontería.
Lo que tenemos aquí es un mal
entendimiento entre diferentes personas del estamento taurino. No creo que
ningún presidente ha querido despreciar la actuación de ningún torero al
conceder la vuelta al ruedo a la res y dejar el matador sin premio ninguno. Lo
que pasa es que no ha podido premiar al torero -por el hecho de que no ha
matado bien- y ha visto la necesidad (una necesidad incuestionable) de poner en
valor la bravura del toro que ha demostrado su casta, fiereza, entrega,
duración y poder a lo largo de la lidia. Si el torero sale de la plaza sin
oreja, ¡pues así es la vida! Pero no tiene sentido castigar al toro Y EL
GANADERO por culpa de circunstancias que están fuera de los manos del toro, del
torero y del hombre que lo ha criado.
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